Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

jueves, 6 de agosto de 2009

El tiro en la recámara


Rodolfo se murió por accidente. Eso es lo que nos dice el sentido común después de saber un poco más sobre la escondida autopsia, al recordar su torpeza con los dedos y al escuchar sobre las últimas averiguaciones que su tradicional curiosidad le dictó.
En pocas palabras, Rodolfo se murió por curioso y por torpe. No por suicida. No tenía tal vocación y tampoco el valor para destaparse los sesos.
No fue un suicidio. Eso lo intuimos sus más cercanos amigos, quienes sabíamos de su amor por la vida, su vocación de sibarita y --de nuevo-- su torpeza con los dedos.
Ya había tenido varios sustos. Varios tiros al aire, o al suelo, que le sacaban esas carcajadas sonoras y graves cuando el interlocutor estaba en shock por el disparo y con cólera contra Rodolfo porque no tenía cuidado.
—No se preocupe que esta mierda está descargada —me dijo una vez. Para comprobarlo, presionó el gatillo y la Beretta obedeció sin rechistar. El ruido de la detonación saliendo de la cápsula 9mm fue impactante, tanto como el que se lo llevó al otro mundo aquella noche y que, suponemos, no alcanzó a escuchar.
Porque la bala no había entrado en la sien y tampoco había estado apuntando a la garganta. Muy típico. No, el balazo estaba justo debajo de la nariz, ahí donde crecía el horrible bigote que Rodolfo a veces se dejaba crecer. Un bigote entre rojizo y castaño... y negro. El mismo negro del pelo, o de la "peluca de cholera" que sus amigos le habían puesto como sobrenombre y que no lo sobresaltaba. Nada, le encantaban los apodos. Era un genio para ponerlos. Cusuquito fue una de sus mejores creaciones. O Roberto Comunista.
Se había librado de varias. Pero cuando comenzó a indagar eso del tiro en la recámara y lo de cómo funcionaba el maldito seguro de las berettas fue su perdición.
Lo encontraron 12 días después de la noche fatal. Dicen que no se reconocía.
Aquella tarde en que lo hallaron fue de locos. Mientras unos averiguaban si era cierto, otros nos preguntábamos por qué habría cometido el suicidio o si lo habrían asesinado.
Hasta ahora, pocos saben la verdad.
La noche en que lo velamos estaba muy solitario. Pocos amigos. Escasos amigos. El ataúd allá al fondo de la capilla. Me parece que el ataúd estaba solo y que el cuerpo descompuesto habría sido metido en una caja metálica y sellada.
Estuve frente al cajón de madera barnizada. No tenía ganas de llorar. Simplemente no lo creía. Aún me cuesta creerlo que Rodolfo ya no esté con nosotros a pesar de que han transcurrido varios meses.
Sigo pensando que anda por ahí, pidiendo whiskies dobles, dejando buenas propinas, haciéndose amigo de gente de dudosa reputación (no sabés si son ladrones, mareros, culeros o simplemente vaguitos consuetudinarios que se la llevan de bohemios) y cuidando hasta los más ridículos detalles de las cosas más absurdas como dejar siempre cerrada con doble nudo la bolsa de hielo que tenía en el refrigerador, así fuera la decimonovena vez que la abriera.
Porque Rodolfo era un detallista irredento. Lástima que con las armas fuera tan torpe. Lástima que se le metiera entre ceja y ceja conocer la maldita ingeniería italiana que le regala a las berettas ese poderoso seguro pero que también permite abrir el caudal de fuego, boca infernal que escupe muerte y violencia. Lástima que nunca, por más que se le dijera, nunca sacara el regordete dedo del gatillo.
A veces me lo imagino de bar en bar, de libro en libro, deleitando y deleitándose con esa exquisita conversación que iba desde sus odiados Fidel Castro y Hillary Clinton hasta el más entusiasmado relato sobre los viajes a las Canarias y las extensas-mas-nunca-aburridas exposiciones sobre Historia. Esas que nos trasladaban desde la noche de la toma de la Bastilla hasta los ojos agujereados del asesinado señor Poma pasando por su más inclemente crítica a Monseñor Romero,los jesuitas y estos areneros hijos de puta, Cirotito, que van a perder porque los gringos así lo han querido y ya le dijeron a Mauricio Funes que él va a ser presidente. Se acordará de mí, Cirotito.
Lástima Rodolfo, lástima que se ha ido. Claro que los recordamos.

Duerma en paz y que los ángeles vigilen su sueño

Post data: A los amigos, a sus verdaderos amigos: ¿Han ido a visitarlo?
 

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