Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

lunes, 5 de enero de 2009

El extraño gusto por las mascotas


Siempre me ha intrigado el amor y hasta la obsesión que muchas personas tienen por sus mascotas. Desde las estupideces inmorales de los multimillonarios que le compran collares de diamantes a sus mojigatos perrillos, hasta la devoción intensa que sienten esos bolitos callejeros por los pulgosos perros que no se les separan un solo momento.
Y he llegado a comprender que, más que una relación filosófica entre el hombre y sus mascotas, lo que existe es una especie de dependencia emocional a estos animales, llámense perros, gatos, pericos, guaras, loras, cerdos y hasta iguanas, culebras y ratones blancos.
Es comprensible esta cercanía cuando las mascotas tienen una función utilitaria en las familias: ya sean lazarillos para los no videntes como férreos guardianes en los cantones y caseríos salvadoreños, o pastores de los rebaños en otras latitudes.
También es comprensible cuando se trata de ancianos o gente solitaria, que no tiene con quién más pasar sus ratos de soledad; o en el caso de niños con deficiencias motoras o mentales que tienen en los animales una especie de tutores o de herramientas para sus terapias.
¿Pero en la mayoría de los casos?
Escribo esto después de haber leído una historia periodística en la que una pobre señora se había desbarrancado --literalmente-- por andar buscando a un bendito perro que se le había perdido.
La pobre señora, sufriendo me imagino, había pasado varios días en vela esperando a su animal, que había huido de casa. Cuando le avisaron que el susodicho perro andaba en una quebrada no le bastó con las tareas de "recovery" que estaban haciendo unos socorristas sino que ella se lanzó a la búsqueda, con tan mala suerte que se cayó por el precipicio y al final no encontró al animal. Los socorristas sí, lo hallaron tranquilo, un poco más flaco nada más.
Cuando leí esto no pude reprimir una exclamación altisonante contra la desventurada dama.
No es que esté en contra de que las personas tengan animales. Cada quien puede hacer lo que se le venga en gana. Aunque siempre me sigue intrigando esa devoción a veces enfermiza con que muchas personas tratan a sus mascotas; incluso en muchas ocasiones las miman más que a sus hijos y familiares.
Aparte del debatible tema de la higiene, es siempre interesante ver cómo algunos llevan a su perrillo al peluquero, lo bañan en la veterinaria, contratan a un especialista para que les corte las garras, le compran desodorantes, limpian con gran esmero las "gracias" de su mascota, lo peinan, lo besan, se dejan lamer, le permiten que duerma en la cama, le dan de las mejores comidas y hasta lloran junto a él cuando la luna cambia... ¡pero ay de aquel ser humano que se acerque a sus ventanillas a pedirle una moneda!

1 comentario:

caterina dijo...

Yo también he visto mal que alguien trate con excesiva compasión a un animal y no sea capaz de hacer algo similar por un ser humano que sufre... Yo creo que no se puede criticar a nadie por expresar amor hacia un ser vivo, ya sea humano o animal... pero claro que las motivaciones detrás de un acto de amor pueden juzgarse (por eso del ejercicio intelectual) a partir de la congruencia de acciones en la persona que las emite... Si una persona trata igual a un rico y a un pobre, mujer u hombre, y ante su dolor muestra igual compasión, y lo mismo hace con animales, pues creo que allí hay un corazón de verdad!

 

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