Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

viernes, 9 de enero de 2009

El peligro de arrodillar la conciencia



En una soleada tarde madrileña, Sonsoles me preguntaba con mucha fruición que cómo era el Dalai Lama. En la mirada de esta hippie moderna se anunciaba una expectación llena de fantasía.
--Nada, un tipo normal --le dije.
--¿Pero cómo? --me preguntó un poco incrédula.
--Bueno pues --accedí-- es un tipo que inspira paz, que hace bromas y que tiene un carácter fuerte; pero olvídate de una deidad personificada, es un tipo normal.
Sonsoles estaba un poco desencantada con la descripción. Cuando le conté que lo había entrevistado se entusiasmó, quizá esperando de mí un sahumerio verbal, un holocausto en honor a Su Santidad. Nada de eso. Igual, creo que él tampoco se sentiría feliz en un trono de los que construye gente con espíritu de fácil encantamiento.
--No --le dije a la dama-- la verdad es que hace mucho tiempo perdí esa devoción hacia los líderes y personajes públicos. Y le conté de mis andanzas en el periodismo y de la maravillosa oportunidad que este ofrece para conocer e interactuar con todo tipo de personas. Conocer e interactuar, aprender de ellos, pero no encenderles velas o quemarles incienso.
He recordado la escena en varias ocasiones, cuando escucho a muchos salvadoreños que se expresan sobre los líderes con una zalamería digna del más servil de los esclavos. Gente que ve o cree ver en sus líderes y dirigentes a los depositarios de todos los dones habidos y por haber, a los dechados de virtudes que harían palidecer con sus atributos al mismísmo Dios encarnado.
No estoy en contra de que las personas admiren a otras; siempre es necesario tener paradigmas y referentes para escalar en la evolución espiritual o humana. Pero de ahí a rendirles pleitesía la cosa cambia.
El peligro de las personas que doblan la testuz ante sus líderes, ciegos de admiración, es que tienden a caer en absurdos y se vuelven violentos cuando algo o alguien "ataca" a su favorito, aunque ese "ataque" sea en realidad un argumento válido que discrepa con la postura del dirigente.
Lo he visto durante toda mi vida, desde personas que se postran ante sus jefes sin tener una pizca de dignidad, a feligreses que deliran por sus líderes y les creen a pie juntillas hasta los sueños en los que hay que entregarles a las hijas vírgenes.
Y en esa maraña de personalidades débiles, de espíritus sin ventaja, se puede ver últimamente a los seguidores de los candidatos políticos.
Hay poca argumentación en los mitines porque se trata solo de enardecer a la masa, de hincarla ante la megalomanía --cada cual en su segmento y tamaño-- del aspirante a un puesto público.
Y caen como mosquitas muertas los fanáticos. Mosquitas muertas ante unas palabritas altisonantes en contra del adversario; pero se vuelven lobos cuando de atacar al rival se trata.
Lo triste de doblegar la conciencia, de vender el alma es que siempre los "vivianes" se aprovechan. Y, al final, se impone el viejo pero certero dicho: "Mal le paga el diablo a quien tan bien le sirve".
A Sonsoles le fue desapareciendo la emotividad en la cara. A mí se me reafirmó el placer de no poseer héroes.

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