Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

viernes, 19 de septiembre de 2008

El espanto del tirano

La tarde estaba gris. Y aunque el día había amanecido con un sol prometedor varias nubes del Caribe amenazaban con echar a tierra las esperanzas de una noche estrellada.
Tras las gruesas paredes de aquella casa grande los pasos de la chiquilla pusieron en alerta a su padre. Era un sonido seco, rítmico. De taconcitos que iban veloces hacia el enorme despacho.
El padre levantó la vista, dejó a un lado la pluma Dupont de marfil que le había regalado su mentor y se quitó las gafas por un momento.
La niña apareció de repente. Los guardias de la entrada, siempre alerta, ni se molestaron en impedirle el paso.
Afuera la brisa soplaba tranquila, mientras la respiración de la niñita apenas podía contenerse.
Él se levantó, la tomó en sus brazos, la elevó tan alto como pudo mientras las venas del cuello se inflamaban. Pero esta vez ella no quería cariños. Iba a lo que iba. De ahí las prisas. Es que la esperaban sus amiguitas para jugar y solo tenía una cosa que decirle, algo que había descubierto en el desayuno, mientras veía el plato de la vajilla oficial.
— Papi, el escudo nacional no me gusta —dijo sin preámbulos.
— Oye, oye ¿y así me saludas? —respondió él mientras le daba un beso en la frente.
— Es que tengo que irme a jugar.
— Está bien Rosinés, hijita ¿pero qué es lo no te gusta del escudo de armas?
— Papi, es que el caballo blanco no está viendo hacia el lado correcto.
Él se quedó pensativo. Frunció el ceño. Cerró los ojos por un momento. Y tras otro instante de reflexión volvió a verla. Tenía el rostro iluminado.
— Hija, por Dios, la patria grande te lo agradece; el futuro sabrá tenerte entre sus doradas páginas.¡Alabado sea el Libertador, padre nuestro y de la patria! ¡Que el cielo te lo premie, cariño, porque la patria ya está en deuda contigo para siempre!

La niña dejó escapar un suspiro de alegría. Y en su infantil mente comenzaron a surgir las imaginaciones. Se sentía feliz por haberlo hecho feliz. Al final de cuentas él era su héroe. Su adorado papito.

Al poco tiempo los deseos de aquella a niña de nueve años fueron cumplidos al pie de la letra. Con orden marcial.
El terrible error que se cernía cual nube de vergüenza sobre el sacrosanto símbolo nacional se corrigió para la posteridad y esa noche, el tirano, se marchó a la cama tranquilo. Como padre de la patria y como padre de familia.

Tiempo después, un articulista publicó una carta a Rosinés en un periódico; y en la imaginaria misiva le pedía la intercesión para que su padre no atacara tan fuerte a los opositores.
El padre, al darse cuenta del atrevimiento del periodista montó en cólera, movió sus hilos para que la justicia (?) se encargara de tal "criminal" y la carta del autor, que también satirizaba la tiranía del gobernante, fue motivo para que al escritor le cayera una cuantiosa multa. Y el dueño del diario fue condenado a pagar 50 mil dólares.
La jueza del caso argumentó: "El artículo incita al irrespeto hacia los símbolos patrios, hacia el padre, ya que independientemente del cargo que este ejerce, el mismo merece el respeto de sus hijos; no debe un medio de comunicación a través de sus publicaciones incitar a una niña al menosprecio hacia su progenitor...".
El relato anterior no es fantasía. No ha sucedido en los imaginarios mundos de García Márquez, ni es la versión corregida del Otoño del Patriarca.
Esto pasó en Venezuela el año pasado, en 2007. Le sucedió al articulista Laureano Márquez y a Teodoro Petkoff como dueño del periódico.

Después de 10 años de andar en medio de este mundo de la política y tras 17 años de ejercicio periodístico pocas cosas me asustan. Pocas me sorprenden.
Pero tras leer buena parte del informe de Human Rights Watch (HRW) estoy espantado de la situación que vive Venezuela, sobre todo de las relaciones del presidente Hugo Chávez con los medios de comunicación y los supuestos contrapesos del poder como el tribunal supremo de justicia.
Muchas veces la persistencia de las críticas hacia el gobernante Chávez entumecen la atención. El constante golpeteo de las informaciones sobre sus desmanes llega a causar cierto efecto anestésico en la percepción.
Pero las bofetadas informativas como la de este viernes hacen despertar. Ayer, el mundo entero se dio cuenta de que Chávez expulsó de su país a dos directivos de la ONG de Derechos Humanos HRW porque su informe "ha violentado la Constitución y las Leyes" de Venezuela "agrediendo a las instituciones de la democracia venezolana", según una publicación del diario español El País.
En la nota periodística se añade que el gobierno venezolano señala que HRW se ha inmiscuido "ilegalmente en los asuntos internos" del país.
"Es política del Estado venezolano, apegado a los valores de las más avanzada y democrática constitución que haya tenido nuestro país en su historia, hacer respetar la soberanía nacional y garantizarle a las instituciones y al pueblo su defensa frente a agresiones de factores internacionales", dice la nota en referencia a las explicaciones que dio el gobierno tras la expulsión.
Frente a estos hechos, lo menos que puede hacer alguien con vocación democrática es sentirse impactado con estas noticias.
Y al leer el informe de HRW cualquiera se da cuenta de que lo que se dice sobre Venezuela es apenas la punta del iceberg.
Chávez acusó a esta ONG de estar al servicio de Estados Unidos, una acusación que cada vez se vuelve más común en el gobernante sudamericano, quien no presenta pruebas pero las exige bajo amenaza de cárcel; quien ha desarrollado un delirio de persecución aguda y una paranoia patológica.
No tomó en cuenta Chávez que esta ONG ha lanzado fuertes críticas al gobierno de Estados Unidos por el tema Guantánamo; al del presidente colombiano, Álvaro Uribe, por la situación de los paramilitares; al gobierno salvadoreño por la aplicación de la ley antiterrorista. Ha criticado el trabajo infantil en El Salvador, las negociaciones del TLC y otros temas.
En el documento de Human Rights se reportan terribles casos de acoso y penalización a los periodistas. Al leerlo tuve una idea más clara de la magnitud de la tragedia venezolana.
En Venezuela dictan cárcel o multas a los periodistas que osan criticar al gobierno, que señalan a los diputados, a los ministros, a los altos mandos militares y a todo aquel que proteja las leyes que ha creado Chávez y sus sátrapas del Congreso.

Este artículo que usted lee, en Venezuela me traería serios problemas.

Y los periodistas no son los únicos que padecen bajo la tiranía. El poder judicial es otro de los sectores que ha caído en el poder de Chávez.
Hay cosas de cosas. En el informe se detalla, por ejemplo, que cuando Chávez decidió no renovarle la frecuencia a RCTV para dársela a TVES, esta ultima no tenía aún la capacidad instalada para lograr la cobertura nacional. Y como en las declaraciones el gobernante había dicho que no iba a expropiar los transmisores de RCTV había que hace algo, y pronto.
El documento reza: "A medida que se acercaba la fecha crucial, los comités de usuarios registrados en CONATEL le proporcionaron al gobierno una salida oportuna. Once de ellos solicitaron al Tribunal Supremo de Justicia que dictara una medida cautelar que obligara a CONATEL a brindar acceso a todos los venezolanos a la estación que estaba por salir al aire por primera vez. Con una velocidad inusual (el tribunal había demorado cuatro meses en rechazar medidas cautelares solicitadas por RCTV para continuar en el aire) concedió el recurso a los comités de usuarios y ordenó al Ejército custodiar los transmisores de RCTV en todo el país para que CONATEL pudiera usarlos para transmitir la señal de TVES".
En pocas palabras, en Venezuela, la libertad de expresión no existe. Nadie puede criticar al presidente o a sus aliados sin someterse a las consecuencias.

Pero Chávez está donde está porque el pueblo lo eligió. Se ha vuelto dictador porque las grandes mayorías de votantes se lo permitieron. Porque la oposición política no ha tenido la valentía de enfrentarlo con devoción, con arrojo. Porque el mismo Chávez existe gracias a un sistema político que apestaba... aunque ahora el hedor sea más nauseabundo. Y en eso, los partidos políticos de oposición comparten la culpabilidad de haber parido, alimentado y amparado al verdugo de la democracia.
Chávez es Chávez porque Venezuela lo permite.
Porque muchas veces quienes dicen ser los "defensores del sistema" son en realidad sus peores enemigos por las acciones que cometen u omiten; cuando sucumben ante el poder de la corrupción, cuando se vuelven peores que lo que critican. Entonces, nacen los Chávez... "Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen".


Sin embargo, los venezolanos aún tienen viva la esperanza.
De otra forma, Laureano Márquez no habría escrito la carta pública a Rosinés. Y tampoco Petkoff habría defendido la publicación.
Según el reporte de Human Rights, en defensa del periódico Petkoff alegó que Chávez mismo convirtió a su hija en una figura pública al mencionarla en sus discursos en reiteradas oportunidades.
Pocos días antes de que apareciera el artículo, Chávez había sugerido en su programa “Aló Presidente” que el escudo de armas nacional debía modificarse porque su hija le había señalado que el caballo blanco del emblema miraba hacia el lado incorrecto, y, efectivamente, fue modificado.
De ahí surgió la carta de la infamia que revolvió las entrañas del tirano. Sin embargo, días después, el orgullo de padre se disparó a la estratosfera.
Y en uno de sus discursos, Hugo Chávez relató lo siguiente: “Entonces ella me llamó anoche y me dijo: 'Papá'. Ella no reclamó por ella ¿saben? Fue lo más grande, que me llenó de orgullo. Ella me dijo: 'Papi, es un irrespeto al Escudo', pero no reclamó por ella, sino que reclama por el Escudo, ¿ves? Entonces ¡qué grandes son los niños! ¡Qué grandes son las niñas para darle lección a las bestias que pululan por ahí entre los albañales!”.
Estas frases pueden verse en: http://www.alopresidente.gob.ve/component/option,com_docman/Itemid,54/task,doc_view/gid,79/


Epílogo: Muchos años más tarde Rosinés reía al recordar el incidente de aquel día con su padre. Durante toda su vida había repetido que su observación no tenía que ver con revoluciones ni otros cuentos; que era una cosa de niños y que jamás imaginó las consecuencias. Al fin y al cabo era una niñita.
Esta vez estaba en Roma. Y mientras la tardenoche de la Ciudad Eterna iba del típico amarillo mediterráneo hacia los anaranjados que recordaba de su patria sintió nostalgia. Recordó a su amado papito. Extrañaba tanto aquellos abrazos. El café romano le encantaba desde pequeña, pero esta vez no había tenido tiempo de disfrutarlo.
Cerró el libro. Memorias de Adriano. Acababa de leer la genial observación de Marguerite Yourcenar en la que decía que el hombre tiene siempre dos versiones y que muchas veces el más enconado verdugo puede ser el mejor de los padres.
Sacó un Gauloisse de la cartera y se percató de que entre tantos objetos estaba aquella pluma Dupont que su adorado papito le había regalado.
Encendió el cigarrillo, aspiró el humo, lo contuvo y lo expulsó con enorme placer. Tras la nubecilla de tabaco el Coliseo parecía moverse.
Entonces tomó la pluma, cogió una servilleta y comenzó a escribir: "Estimado Laureano..."

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