Ciro Granados, Periodista

Mi foto
El Salvador

sábado, 20 de septiembre de 2008

Los pericones

Había dos pericones que se hacían la guerra desde sus jaulitas. No es que fueran brillantes, sino que tenían ínfulas de pavo real.
Eran fanfarrones y se creían diccionarios porque con el paso de los años habían aprendido algunas palabritas.
Eran pericones de mala leche. Cada uno trataba de hacer quedar mal al otro cuando el amo se acercaba a escucharlos y aunque todos en la casa conocían de esas peleas nadie hacía algo por detenerlas.
La situación se volvió insoportable, porque el ruido de los pericones era una retahíla de palabras confusas. Nadie les entendía qué querían decir.
Lo único que les importaba era que el duelo llegara a su jaulita, que les dijera cosas agradables y que les diera masita, mucha masita. Porque les encantaba la masita y creían, en su cerebro de periquito, que si hacían mucho ruido les darían más masita.
Antes habían sido amigos, pero cuando se dieron cuenta de que al otro le daban masita se pusieron egoístas.
Como en la casa había otros animales, cada pericón hizo su bando. El pericón más viejo se hizo amigo del pato, del gato y del perro. El pericón más joven se hizo amigo de la cacatúa, del ratón y de la gallina.
Y entonces el pleito se volvió mayor.
Y al jefe de la casa parecía que no le importaba. Por más que los vecinos le advirtieron que la guerra de los animales era insoportable, nada hizo.
Hasta que un día el verdadero dueño de la casa llegó y los echó a todos.
Los pericones se quedaron sin masita, el perro se hizo callejero, al gato lo aplastó un carro, a la gallina la cocinaron, el pato se volvió loco, la cacatúa fue a parar a un asilo para animales y el ratón se murió de viejo.
El dueño de los animales se puso triste. Porque era segunda vez que perdía su casa.

No hay comentarios:

 

Enter your email address:

Delivered by FeedBurner