Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El Salvador necesita un “Obama”


El trabajo de los gobernantes es tomar decisiones.
El futuro mandatario salvadoreño deberá tener, entre otras aptitudes, la capacidad de generar consensos entre enconados adversarios políticos; sembrar esperanzas en los ciudadanos y conducir a las fuerzas sociales hacia un objetivo común: el desarrollo del país


Tras el triunfo de Barak Obama se ha desatado una euforia sin fundamento en el FMLN. La alegría no es porque el futuro presidente vaya a mejorar las condiciones de los salvadoreños indocumentados en Estados Unidos, o porque ya no se enviarán más tropas a Iraq. Tampoco porque los compatriotas tendrán una mejor carga impositiva o porque las relaciones internacionales de Estados Unidos vayan a tener una lógica menos petulante.
Al FMLN no le interesa eso.
El FMLN está contento porque el triunfo de Obama lo usará para su beneficio proselitista. Porque utilizará esta victoria para fortalecer el concepto de cambio y conquistar a los ignorantes haciéndoles creer que los demócratas estadounidenses y la dirigencia farabundista son uña y carne, idénticos... y que si Estados Unidos tiene un presidente negro ¿por qué El Salvador no puede tener un gobernante rojo?
Los que crean que el partido Demócrata y el FMLN son réplica están errados.
Sin embargo, los salvadoreños no podemos obviar la descomunal paliza que el moreno le metió al republicano.
Y de esa experiencia, que se ha repetido en los últimos años (republicano-demócrata-republicano-demócrata, con sus respectivas reelecciones) hay que tomar lecciones para decidirnos por Rodrigo Ávila o Mauricio Funes.
Un aspecto fundamental es conocer quién de los candidatos tiene las mejores credenciales para gobernar.
Y como no han sido presidentes, hay que observar las decisiones que han tomado.
Porque el trabajo de un presidente es tomar decisiones. No es concurso de oratoria ni competencia de tiro con pistola.
Se trata de escoger a la persona con el mejor raciocinio para decidir el rumbo del país en sus diversas ramas.
El historial de decisiones tomadas va desde las que se conocen en su vida previa a la candidatura hasta el programa de gobierno, pasando por la elección del compañero de fórmula.
También hay que observar la forma en que plantean sus preferencias y aspiraciones; y aquí el instinto es una de las herramientas. Hay que abrir la mente para saber cuándo nos están “dando gato por liebre”

Otro de los grandes juicios es ver quién es más capaz de lograr consensos.
Porque después de las elecciones presidenciales El Salvador quedará dividido en dos: los ganadores y los perdedores.
Ambos grupos tienen fuerza, y en los dos habrá gente con ganas de jalar el gatillo.
Del gobernante dependerá atraer hacia su proyecto a los adversarios políticos, para que trabajen en conjunto con visión de país. Si no, el presidente será el detonante de una mayor crisis.
La figura del próximo presidente no puede ser una bofetada cotidiana para los perdedores. Debe ser un personaje con la suficiente madurez política para reconciliar al país y para dirigir un equipo de dispares perfiles y condiciones.
Debe ser el gran director de orquesta que coordine a cada fuerza social, en sintonía y equilibrio, para la ejecución de la gran obra “Rumbo al desarrollo”.

Por proyectar esas y otras habilidades es que ganó Obama. No por ser el candidato de oposición.

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