Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

lunes, 10 de noviembre de 2008

¿Y usted quiere que aquí pase lo que en Nicaragua?


No me refiero a si gana o no gana la izquierda recalcitrante. No, eso es decisión del pueblo y el pueblo tiene lo que se merece. Si elige basura, pues que disfrute su basura. Eso es democracia. La mayoría manda, aunque la mayoría sea imbécil.
No, me refiero a la violencia. A las avergonzantes escenas de batalla campal que se suceden en Managua, la capital nicaragüense, después de las elecciones municipales, donde el sandinismo y una mezcla de derecha nueva y derecha obsoleta se han enfrentado.
Ambos creen que les quieren arrebatar el triunfo. Cada uno tiene su propia verdad, su propia lógica, pero ninguno de sus argumentos puede ser apuntalado con la violencia.
Es absolutamente inaceptable que una niña muera a causa de las balas de la desesperación. No se acepta tampoco que le lleguen a atacar la casa al comandante Cero, ni que este salga con fusil en mano a disparar al aire para disolver al grupo. No se aceptan los heridos. No se acepta el fraude. Es inmoral que no dejen entrar observadores internacionales. La trampa electoral apesta siempre, venga de donde venga
Y todo esto está sucediendo en Managua, a 575 kilómetros de San Salvador. No es cuento. No es campaña sucia contra el FMLN. No es campaña de miedo para que la gente deje de votar por la izquierda.
Es tan real como cierto fue el ataque de una turba del FMLN contra la caravana del candidato de ARENA, Rodrigo Ávila, el viernes pasado en Meanguera, Morazán.
Y si hago la comparación es por algo básico, elemental, fácil de entender incluso a los que solo tienen un dedo de frente: El FMLN y el FSLN tienen raíces comunes, admiran a los mismos personajes, su ideología es calcada (por favor, no se comparen con Obama), persiguen los mismos ideales, tratan igual a los medios de comunicación... ¡hasta en el nombre se parecen!
Y lo que está pasando en Nicaragua puede suceder acá si los dirigentes, los líderes y los que mandan en los partidos no calman a sus bases, a sus borregos, a los que solo agachan la cabeza para obedecer.
Los “vivos”, que al final son los que ordenan, tienen la histórica obligación de calmar a los tontos. Porque si no lo hacen El Salvador va a arder.
Hay antecedentes, como cuando los grupos efemelenistas marcharon hacia el hotel Radisson, en San Salvador, después de las elecciones de alcaldes y diputados de 2006. Se están viendo los ejemplos como el del ataque en Morazán.
Yo no quiero ver a San Salvador como estoy viendo a Managua.
Yo no quiero ver las hordas del FMLN lanzando piedras y balazos a turbas de ARENA.
Yo solo quiero que en este país se abandone la estúpida forma de hacer política en la que sobrevive el instinto guerrillero, el tufo a pólvora y la pestilencia de pistolero.
Si en este país las cosas llegan a la violencia la culpa será de los dirigentes, tanto de los que han predicado el odio de clases desde hace décadas como los que se hagan del ojo pacho porque un tirito a cualquiera se le escapa.


Los que tenemos las manos limpias suplicamos paz.

Los salvadoreños honrados rogamos paz.

Los hombres con profunda vocación democrática ¡ordenamos Paz!

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