Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

miércoles, 19 de noviembre de 2008

¿Y este es tu sueño o tu pesadilla? II

Porfirio, el vigilante, lleva el pecho a punto de estallar. Va corriendo por la alameda Roosevelt, en San Salvador. A pocas cuadras se escuchan tambores, griterío de la multitud y varios morterazos.
El estruendo se mezcla con las canciones que retumban en los altoparlantes y, mientras la noche comienza a caer, Porfirio siente que se le va a salir el corazón.
Sufre una mezcla de alegría, emoción, nerviosismo y ganas de llegar a la prolongación de la calle Arce.
Dobla la esquina cerca de una gasolinera, pasa frente a varios jóvenes que le gritan pero no se detiene. A pocos metros está la puerta. Su lugar de trabajo.
Casi le dan ganas de llorar. Y cuando se encuentra con Filomeno, su compadre del alma, vigilante también, no puede contenerse.
--Compadre, compadrito del alma --le dice con mucha emoción-- hoy sí compadre.
--Puta compadre, hoy sí la metimos doblada.
--¡Les dimos verga Filo, les ganamos papito! ¡Te lo dije! ¡Diosito nos quiere, cerote!
--¡Si, hombre, la gente no es pendeja! ¡Hoy sí papá, ni con ese hijueputa pudieron ganarnos! ¡Yo te lo decía, no puede ser que cayéramos en manos de esos hijos de puta comunistas. Hoy sí hasta el Mayor debe de estar celebrando en el cielo!
--Gracias a Diosito lindo, Filo, la virgencita no nos desamparó. Esta vez sí voy a ir a la misa. Puta, hoy se me ha quitado un gran peso del alma; te lo juro Filo, yo sentía que ya la andábamos cagando... puta, qué alegría siento compadrito!
La escena se desarrollaba frente a la sede partidaria de ARENA apenas pasadas las 10 de la noche de ese domingo de elecciones.
La segunda ronda había crispado los ánimos en unos y en otros, en los farabundistas y los areneros. Se habían agarrado a golpes en varias ocasiones, sobre todo en los pueblos y las denuncias sobre fraude habían sido el corrillo cotidiano en las afueras de los centros de votación.
Porfirio terminó de llegar, se mezcló entre la multitud y se fue directo a la bodega. Puso la mochila en el suelo, sacó la pistola, revisó el chifle, montó el seguro y respiró hondo.
Volvió a ver hacia el techo, le dieron ganas de llorar. Besó la estampita de San Judas Tadeo que siempre llevaba en una de las bolsas de atrás del pantalón y se le quedó viendo a la foto de su amado Mayor.
--Hoy sí les dimos verga, mi Mayor. Misión cumplida. Estos hijos de puta de aquí no pasarán.
Abrió la mochila, sacó la pachita y la dejó a la mitad. --A su salud, Mayor. ¡Presente por la Patria!

***********

Lorenzo estaba atento a la televisión cuando se dio cuenta de la noticia. Sintió un hueco en la boca del estómago y tragó saliva para hacer pasar el malestar.
No lo podría creer. Las noticias se sucedían y aunque cambiaba de canal el dato seguía siendo el mismo: ARENA mantenía una tendencia de ventaja que con el 45% de las actas electorales contabilizadas indicaba que el próximo presidente de El Salvador sería el ingeniero Rodrigo Ávila.
Lorenzo se puso la camisa, cerró la puerta de su cuarto y salió a la calle. Del bolsillo de la camisa sacó un Delta mentolado, lo encendió y le pegó una chupada larga, muy larga. Cuando terminó de sacar el humo sintió que el celular vibraba.
En un movimiento instintivo lo abrió y se lo llevó a la oreja, sin ver el ID caller.
--¿Sí?
--¿Lorenzo?
--Ajá
--Soy la Pringuis, vos
--Ah, sí, decime.
--¿Ya te distes cuenta?
--Puta, sí, nos dieron verga hasta por debajo de la lengua. Hoy sí la cagamos de lo lindo.
--A la puta culero, vos sí que te apendejás.
--¿Cómo?
--Nos han güeviado la elección, cerote.
--No hombre, nos dieron verga a las cabales.
--Te lo estoy diciendo, los compas de las mesas nos han pasado unos datos paloma. Venite a la cueva que vamos a montar una acción de calle. Traete el mortero porque hoy sí van a sonar los plomazos.
--¿De verdad, Pringuis, nos güeviaron el triunfo?
--Te lo estoy diciendo, estos areneros de mierda no se van a salir con la suya.
--¿A donde nos juntamos?
--En la cueva, apurate que ya vamos a salir.
Lorenzo se dio prisa, tomó la bicicleta y se puso el .38 en la parte de atrás. Sintió el frío del metal cuando la punta del cañoncito le rozó una nalga.
La cueva era el sitio donde se reunían siempre que montaban una acción de calle. Era el sitio favorito de Lorenzo desde que había conocido a La Pringuis, la temible Pringuis. Nadie se le escapaba. Donde ponía el ojo ponía la...
Apretó el paso y mientras bajaba una calle del centro alcanzó a escuchar y a ver los fuegos artificiales. "Cerotes", dijo para sí.
Cuando llegó, los compañeros ya habían salido. Iban a tomarse el Tribunal Supremo Electoral y, de paso, tirar unos morteritos cerca de Metrocentro.
El Payulo dirigía la operación. La Pringuis era el cerebro detrás de la acción.
El grupo era grande, unas 200 personas. Comenzaron a gritar consignas desde que salieron, agitaban banderas y algunos hicieron disparos al aire.
--No sean pendejos muchá, guarden los tiros.
Lorenzo los alcanzó a pocas cuadras y comenzó a mezclarse entre ellos. Trató de divisar a la Pringuis pero no pudo verla. Es que estaba de noche.
Le pasaron el mensaje de que se preparara. Que esta noche iba a ser histórica. Se tocó el cuete y escuchó a unos compañeros que platicaban entre sí mientras aceleraban el paso.
--Dice Pico de águila que esperemos indicaciones --dijo uno de ellos, que Lorenzo reconoció pese al pasamontañas. Era Mauricio, experto en las molotov, ladrillo seco en las lides del alcohol y un empedernido lector de Benedetti.
--Yo digo que le entremos con todo de una vez --respondió el otro, un larguirucho jovencito que todos conocían. Era Remberto, universitario de siempre, fanático del Alianza, abstemio, bueno para los escopetazos, madridista a morir, excelente hijo y amante del verso libre. También fumaba Delta, "el cigarro del pueblo, de los pobres, de los proletarios".
Lorenzo siguió avanzando. Los morteros que lanzaban eran más frecuentes y la algarabía crecía como espuma.
Cuando llegaron cerca del Tribunal Supremo Electoral se toparon con el primer retén. Eran los policías antidisturbios.
Lorenzo agarró la pistola y comenzó a gritar. "Nosotros somos el pueblo y venimos a reclamar nuestros derechos". "Nos han robado esta elección". "Viva Schafik Handal". "Viva Mauricio Funes". "Funes sí, Ávila no". "El pueblo, unido, jamás será vencido". "Gorilas, hijos de puta, los estudiantes somos vergones".
De repente, Lorenzo sintió que algo le pasaba silbando encima de la cabeza. A los pocos segundos vio pasar a la Pringuis a la carrera, con una 45 en la mano. "Hoy sí nos vamos a darnos verga, Lorenzo. Buzo papá", le dijo. Él apenas alcanzó a escuchar su nombre cuando una nube comenzó a envolverlo.
Los ojos se le irritaron con el gas. Comenzó a toser con ferocidad mientras un policía se puso frente a él. Le tiró un macanazo que por pura suerte logró esquivar.
"Retrocedan, es una orden. Retrocedan o vamos a aplicar la fuerza", gritaban por el megáfono los policías. Las bombas de gas lacrimógeno estallaban una tras otra. La zona se había vuelto un pandemonio.
En muchos otros puntos del país comenzaba a vivirse un caos igual. Las principales ciudades comenzaban a arder.
Lorenzo esquivó otro golpe, mientras la Pringuis descerrajaba un potente balazo contra el agente que había atacado a su Lorenzo. La bala le rozó la oreja al policía y Lorenzo aprovechó para derribarlo con una patada en el estómago. Varios policías se le vinieron encima pero La Pringuis, Remberto, Mauricio y otros compañeros los mantuvieron a raya.
Un helicóptero llegó a la escena y comenzó a iluminarlos con los faroles de luz blanca. Lorenzo alcanzó a ver al policía que estaba tirado en el suelo; tomó el revólver y le apuntó a la cara.
"Esto es por el pueblo, hijueputa", le espetó.
La mano comenzó a temblarle mientras en una oficina cercana, un anciano se acercaba a un político y le decía: "Salí a la calle, aceptá la derrota, que si no, este pueblo va a estallar. Acordate que Lula ganó a la cuarta. Vos estás destinado a ser presidente".
El político estaba como en trance. Apuró el trago de whisky, le dio una chupada al cohiba churchiliano y respondió: "Todavía es pronto para preocuparse, esperemos el próximo conteo".

En otra oficina cercana, otro político salió del baño. La habitación apestaba a tabaco. Había como 20 personas que charlaban, reían y contaban anécdotas recientes. "Miren muchachos --les dijo--, me acaban de decir que los terengos están aventando balazos".
--Saquemos las tanquetas y reventemos a esos hijos de puta --dijo uno de los militares retirados que se caía de borracho.
Alguien encendió el televisor. Se escuchaba el himno nacional. Luego, el llamado a cadena nacional. Era para avisar que se declaraba estado de sitio, que todo el mundo se resguardara en sus casas. Hubo llamados a la paz, a la democracia, a aceptar la decisión popular. El pueblo se había expresado.
--Sáquenme a este hijueputa ya --les dijo el político. Lo sacaron al instante.
Lorenzo no aguantaba el ardor en los ojos, amartilló el arma y volvió a decirle al policía: "Se te llegó el día arenero de mierda, ai me saludás al hijueputa de tu mayor".
Sonó un disparo.
En el helicóptero, Francisco sacó el aire de sus pulmones.
--Objetivo derribado --dijo por la radio.
--Contestame, Lorenzo, contestame --gritaba La Pringuis en medio del desparpajo.
Lorenzo no pudo oirla.
--Asesinos --gritó enfurecida mientras vaciaba el cargador ante el grupo de policías.
Dos segundos más tarde, Francisco volvió a decir --Objetivo derribado. Ya van dos.

***************

Una semana después, en la sala de editores de un matutino salvadoreño, el jefe de Sucesos leía la pauta del día. "Vamos a llevar una paginita del entierro con una croniquita de color. Tal vez los compañeros de Política nos pueden echar la mano con algunas reacciones".
Nadie respondió.
Un avión privado despegaba a esa hora con 12 personas a bordo. Iban de vacaciones. A la isla. Ya pasarían esos cinco años. Era necesario planear el contraataque.
Porfirio vio el reloj. Eran las nueve de la mañana. Hora de salir. Se fue a la bodega a recoger la mochila. Volvió a besar la estampita de San Judas, se echó la mitad que le quedaba en la pachita, se puso el arma en la cintura y volvió a ver la foto. Sonrió y cerró la puerta. Ya sentado en el bus seguía tarareando la cancioncita que no se le podía despegar: "Tiemblen, tiemblen, comunistas, porque el pueblo ha despertado; ha entendido, ha entendido, quien es el enemigo..."

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