Ciro Granados, Periodista

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El Salvador

miércoles, 15 de octubre de 2008

Hora de ser humanos


Tras la violenta sacudida de la economía, la amenaza del oro negro, el peligro de los mesías-dictadores y el fracaso de la perversa teoría del rebalse, la sociedad debe transitar hacia una nueva conciencia. La conciencia del hombre como centro de todo interés.
El ser humano como tal, en toda su complejidad, con sus temores y alegrías, desaciertos y aspiraciones, oscuridades y destellos debe convertirse en el centro del nuevo interés mundial.
Llega el momento en que el humano debe dejar de ser una herramienta de productividad, abandonar el claustro de la moderna esclavitud y sobreponerse, en vanguardia, como individuo. Como entidad pensante, inteligente, privilegiada sobre las demás criaturas... incluyendo al hombre mismo que no evoluciona.
La conciencia del humano despierta para derrotar al capital, para doblegarlo y convertirlo en una herramienta hacia la felicidad y no como finalidad de nuestra existencia.
Nace, o debe nacer, por ebullición impostergable, el nuevo hombre. Pero no el nuevo hombre que utilizan como estandarte los mentirosos de socialismo; sino el ser que busque, que mire hacia arriba, que deje de centrar su vida en las adquisiciones. Que viva con intensidad cada etapa de su paso por la Tierra.


El Salvador, campo fértil de ambiciones y caldo idóneo para cultivar tristezas, atraviesa en estos días otro puente decisivo.
Hacia 2009, con una campaña política retumbando los motores, es momento de hacer un alto. Reflexionar. Motivarnos a un profundo análisis sobre nuestras aspiraciones; y traducir tales deseos en ferviente petición hacia quienes buscan conducir los destinos de nuestro país.
Elevar las discusiones al umbral de los argumentos. Exigir con paz que ya no se piense en nosotros como simples votos. Lanzar voces de armonía para que impere el deseo de construir una nueva patria.
Una nueva patria donde gobierne la “humanocracia”, donde los colores partidarios tengan un sentido de virtud y podamos dibujar con ellos la acuarela de nuestro futuro.
Una patria, en fin, donde cada salvadoreño pueda sembrar esperanzas para cosechar espiritualidad. Es posible.

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